
En un giro de los acontecimientos que ni el mejor guionista de comedia negra podría imaginar, un bombero de Maryland, de esos que apagan fuegos y rescatan gatitos, decidió que su manera de expresar el descontento no sería un email de queja, sino una lluvia de 75 tampones. Y ojo, no eran nuevos, sino «posiblemente usados». Agárrense, que vienen curvas.
El protagonista de esta historia tan peculiar es Donald William Bogley Jr., de 56 años. Su objetivo: el coche personal de su capitán. ¿El motivo? Una pataleta de proporciones épicas por un traslado que no le sentó nada bien. Bogley, que se sentía «traicionado» por su capitán, creía que este había orquestado su mudanza a otro departamento. Y claro, ¿qué mejor manera de mostrarle tu desaprobación a un superior que cubriendo su vehículo con productos de higiene íntima femenina?
Los hechos, que parecen sacados de una película de los hermanos Farrelly, ocurrieron en el condado de Prince George, Maryland, el 30 de marzo de 2019. El pobre coche del capitán acabó cubierto por una montaña de estos objetos, algunos de los cuales, según el propio Bogley, los había ido «coleccionando» de varias estaciones de bomberos a lo largo del tiempo. Sí, han leído bien. Los recolectó. Para esto.
La cosa no quedó ahí. Nuestro bombero creativo no se limitó a una simple «lluvia». El nivel de dedicación era tal que incluso metió algunos tampones en el sistema de ventilación del aire acondicionado del coche. Porque, ya sabes, si vas a enviar un «mensaje», que se oiga (y se huela) bien alto y claro. El capitán, valiente como buen bombero, intentó retirar la primera tanda, pero al día siguiente, ¡zas!, más tampones cortesía de Bogley, demostrando una persistencia digna de mejor causa.
La broma, o más bien la venganza, salió cara. Los tampones, posiblemente empapados en líquidos corporales, causaron daños en la pintura del vehículo, lo que se tradujo en una factura de reparaciones de unos 2.000 dólares. A Bogley se le ha imputado un delito grave de segundo grado por destrucción maliciosa de la propiedad y tres cargos por tirar basura. Además, ha sido suspendido sin paga, que no es precisamente un premio a la creatividad.
En resumen, un ejemplo claro de cómo no gestionar un conflicto laboral. Aunque, eso sí, la historia pasará a los anales de las venganzas más curiosas y absurdas jamás contadas en un parque de bomberos. ¿Quién necesita extintores cuando tienes tampones para incendiar la paciencia de tu jefe?
