
¡Atención, viajeros con un paladar demasiado exigente o con querencia por el tapeo español! Hubo un momento, allá por 2013, en que cruzar el charco para pisar suelo estadounidense podía ser más complicado si la báscula no era tu mejor amiga. Y no, no estamos hablando de excesos de equipaje, sino de un detalle un poco más… personal.
Imagina la escena: tienes tus papeles en regla, tus ahorros preparados para arrasar en las tiendas de Nueva York y tu ilusión por visitar el Gran Cañón, pero de repente, la embajada de Estados Unidos te mira con lupa… ¡y no por tu historial delictivo, sino por tu índice de masa corporal! Sí, has leído bien. En un giro de guion digno de una comedia de enredos burocráticos, el Departamento de Estado de EE. UU. actualizó sus guías médicas para los solicitantes de visado, y en ellas, la obesidad severa pasó a engrosar la lista de condiciones médicas de «Clase A».
¿Y qué implicaba ser de «Clase A»? Pues ni más ni menos que la posibilidad de que te denegaran el visado. Es decir, que tu peso, en ciertos casos, podía ser un obstáculo tan grande como no tener los papeles en regla o padecer una enfermedad contagiosa de esas que acaban en película de catástrofes. La cosa tenía su lógica (o su sinrazón, según se mire): las autoridades sanitarias estadounidenses argumentaban que la obesidad mórbida, si no se trataba, podía acarrear graves problemas de salud y, por tanto, generar una carga económica para el sistema sanitario del país. Vamos, que no querían sustos en el hospital público.
Este cambio no estuvo exento de polémica, claro está. Hubo quienes lo vieron como una medida discriminatoria, un «body shaming» a nivel gubernamental. Otros, en cambio, entendieron la preocupación por la carga de salud pública, aunque el método elegido levantara más de una ceja. Porque una cosa es preocuparse por la salud de los inmigrantes y otra muy distinta es usar el peso como criterio para abrir o cerrar las puertas de un país.
Así que, aunque la política específica y su aplicación hayan evolucionado, esta anécdota nos recuerda un capítulo curioso y, por qué no decirlo, algo extravagante en la historia de la inmigración y los requisitos de visado. Moraleja: en 2013, para ir a EE. UU., tener un buen tipo era casi tan importante como tener un pasaporte válido. ¡Menos mal que ahora parece que se han relajado un poco con la ‘policía de la báscula’!
